sábado, 2 de julio de 2011

Polinesia: Tahiti, Bora Bora y Raiatea

Tahiti

Lan es la única aerolínea que conecta Buenos Aires con la Polinesia una o dos veces por semana. El avión hace escala en Santiago, en Isla de Pascua y aterriza en Papeete, la capital de Tahiti. Es la isla más importante de las Société, el archipiélago que junto con las Tuamotu, Gambier, Australes y

Marquesas conforman la célebre Polinesia Francesa, un territorio a 5.700 km del continente más próximo (Australia), con cuatro millones de kilómetros cuadrados de superficie (similar a la de Europa), de los que tan solo 4.000 km2 son tierras emergidas.

La Polinesia es, desde 2004, Territorio de Ultramar de la República Francesa, lo que significa en la práctica que los polinesios eligen su propio presidente, pero reciben millones de euros d

el gobierno francés para su sustento. En total, las islas reúnen 256 mil habitantes, de los cuales casi la mitad vive en Tahiti. La mayor actividad económica es el turismo, seguido de la industria de la perla y la vainilla.

Papeete se distingue por su playa de arena oscura, volcánica, su pequeño estrés urbano de autos y semáforos, sus joyerías fastuosas (un collar de perlas negras no baja de los € 3 mil y cada perla cotiza en por lo menos €100) y mercados de pareos, en los que mujeres de pelo oscuro y lacio cosen guirnaldas y collare

s de flores frescas.

Quienes quieran conocer más acerca del mundo de las perlas negras pueden contactar a

Robert Wan, magnate de las perlas de toda la Polinesia. Tiene locales en los principales hoteles de las Société, pero su Musée de la Perle en Papeete es de entrada libre y merece una visita.


Bora Bora

Bora, como muchas de las 118 islas que conforman la Polinesia Francesa, es

tá rodeada por un anillo coralino que encierra a esas aguas turquesas y saladas que apen

as se mueven. Los tahitianos con sus tatuajes, las mujeres con sus tiare (la flor nacional, blanca y pe

rfumada) en la oreja, los peces de colores que habitan su propio universo submarino, las perlas negras que se cultivan solo en estas aguas, las plantaciones de vainilla, las pasarelas de madera con los bungalows sobre pilotes, los desayunos que llegan en canoa, los pasajeros que viajan del aeropuerto al hotel en yate son las encargadas de componer una postal inolvidable.

Quienes estén buscando algo más aventurero en tanta naturaleza pueden contactar a Patrick Heifara Tairva. Polinésico de ley, con tatuaje y pareo en lugar de short de baño, organiza salidas de mediodía para alimentar a los tiburones, las rayas y llevar a los pasajeros a hacer snorkeling entre corales. La tarifa incluye su performance con ukelele, que contagia buena onda y felicidad.

Raiatea

Se trata de una isla de aspecto salvaje que esconde una faceta poco divulgada del lugar. Allí se llega en avión, desde el cual se pueden ver las caprichosas formas que toman los corales y dividen un azul profundo de un celeste claro e intenso. Desde arriba se distingue perfectamente la diferencia entre una isla, un motu (islote) y un atolón, el anillo coralino que rodea al pico volcánico que emerge, alto y poderoso, generando esa laguna de mar encerrado en la que se pueden ver peces, hipocampos, erizos, corales y tortugas. Como se trata de un volcán, las playas son un bien escaso y para encontrarlas es preciso trasladarse a Tahaa o algún motu cercano, como el Iriru, que es público y por ende tiene parrilla y duchas. Dar la vuelta completa a la isla es posible. Su recorrido completo implica andar unos 99 km.

Raiatea tiene, además, el único río navegable de Polinesia, el Faaroa. Lo ideal es recorrerlo en kayak y, luego, realizar la caminata por el cráter de éste volcán extinto. Tampoco hay que perderse el marae (templo) de Taputapuatea, el más grande de la región, una especie de playón de piedra volcánica, rodeado del poderoso mar. Raiatea es también el lugar indicado para descubrir las plantaciones de vainilla, la segunda especia más cara del mundo, después del azafrán. Sólo aquí y en las islas Réunion, Madagascar e Indonesia. Desde que se la planta hasta que da las primeras flores pasan más de tres años, y una vez que florece, la vaina demora nueve meses en estar lista para su cosecha. Es preciso polinizarla con un palito, pistilo por pistilo, todos los días, entre las 4 de la madrugada y las 10 de la mañana, antes de que haga demasiado calor. Además una vez cosechada hay que ponerla al sol y a la sombra, y masajearla para repartir su untuosa expresión y mantener pareja la humedad. Polinización y masaje es tarea prácticamente exclusiva de mujeres, conocidas como las "marieuses", por su quehacer vegetalmente femenino y maternal.

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