viernes, 24 de junio de 2011

La Isla de Pascua

Aunque muchos la conocen como laIsla de Pascua, sus habitantes nativos prefieren llamarla Rapa Nui, como también se hacen llamar a ellos mismos y al idioma en el que hablan (además del español).

Se trata del pedazo de tierra habitado más remoto del mundo (3 mil 700 kilómetros la separan de América) y su cultura se remonta a mil 400 años atrás, cuando sus primeros habitantes poblaron esta isla volcánica, que se empezó a formar hace 3 millones de años con la erupción de los volcanes Poike, Rano Kau y Maunga Terevaka.

El tamaño de la isla es de 166 kilómetros cuadrados (un poco más de tres veces el tamaño de San Andrés) y la mejor época para visitarla va de enero a abril, cuando los días son largos (oscurece alrededor de las 9 p.m.) y las lluvias amainan (la temperatura es un poco más alta, aunque en la isla nunca hace menos de 20 grados en el día).

Pero no es solo su lejanía lo que la hace interesante. Un gran misterio envuelve a los moáis, esas estatuas de piedra volcánica que los rapanuis esculpieron para rendirle culto a sus ancestros (a los jefes de cada tribu).

Todos los arqueólogos del mundo se preguntan cómo desplazaban estas figuras de una sola pieza y 30 toneladas de peso desde la cantera hasta las costas de la isla, donde eran puestas siempre mirando hacia adentro, excepto por las que representan los primeros pobladores de la isla, que miran hacia el mar y que, al parecer, llegaron en el año 600 a.C. Puede que parezcan imponentes en las fotos, pero verlas en vivo es impresionante.

Si existe un lugar en el mundo real ligeramente parecido a ese "país del nunca jamás" narrado de Peter Pan, ese es Rapa Nui. Las cavernas en la mitad de acantilados imponentes, donde las olas revientan revelando el color más agua marina del océano Pacífico, traen a la memoria esa escena en que Peter Pan salva a la princesita india del Capitán Garfio.

El contraste de esas aguas con sus tierras rojizas y amarillas, y las lagunas que se forman en el fondo de los cráteres de tres volcanes inactivos hace millones de años no pueden más que confirmar la singularidad de este lugar. Por si fuera poco, los rasgos polinésicos de sus habitantes ponen el último toque de belleza, que no el menos importante.

Aunque de los 5 mil habitantes que hoy pueblan la isla casi la mitad son nativos, los rapanuis tuvieron una crisis de superpoblación antes de ser descubiertos, por lo que entraron en guerras civiles en las que destruían a las otras tribus y tumbaban sus moáis.

Aunque casi se extinguen, sus sobrevivientes se fueron a vivir en cuevas y empezaron a entregarle el mando de la isla al guerrero que nadara hasta unos islotes (los Motu), donde el manu tara (una suerte de gaviota) ponía sus huevos. Quien nadara de vuelta con el huevo intacto no solo era nombrado líder por un chamán, sino que lo esperaba un premio de varias vírgenes que llevaban meses sin ver el sol para estar blanquísimas. La idea era poblar la isla con su descendencia, fuerte y guerrera.

Además de seguir siendo guerreros, la autenticidad de esta gente se respira aún en el ambiente. No en vano solo hasta 1722 la isla fue descubierta por el holandés Jacob Rogeveen, quien la bautizó como Pascua por la época en que pisó sus tierras, más de dos siglos después del Descubrimiento de América, y época del apogeo de la esclavitud. Los rapanuis tuvieron luego expediciones de ingleses y franceses, hasta que finalmente, en 1887, Chile la hizo parte de su territorio.

Visitando esta isla se comprenden un poco las razones que llevaron al pintor Paul Gauguin a instalarse en Tahití, otra de las islas polinesias (son todas las que comprende un triángulo imaginario entre Hawai, Nueva Zelanda y Pascua). Al regresar de la isla del nunca jamás, el síndrome de Gauguin es inevitable.

Planes infaltables

La visita, tanto a la cantera como a los lugares en los que aún yacen los moáis, le dará una idea del talento de los rapanuis como escultores.

Si quiere ampliar sus conocimientos sobre estas estatuas, vaya al Museo Antropológico Padre Sebastián Englert. Aunque sean duras, las caminatas hacia las cimas de los cráteres de los volcanes (sobre todo el Rano Kao y el Rano Raraku) valen mucho la pena. Hay una vista privilegiada de la isla y las lagunas en el fondo de los cráteres.

Dé un paseo en lancha a los islotes, o motu. No dude en hacer 'snorkeling' y, si bucea, en Hanga Roa hay centros para alquilar equipos y buscar instrucción.

Vaya al pueblo (Hanga Roa) en la noche a ver danzas tradicionales, como el sau-sau y el tamuré. Si va en febrero, participe del Tapati, fiesta con competen- cias y bailes.

No hay comentarios: