jueves, 1 de junio de 2017

Purmamarca, un viaje al pasado precolombino

Sitios históricos, artesanos y el paisaje deslumbrante de la Cordillera, en el camino de San Salvador de Jujuy a la Quebrada de Humahuaca y la Puna.
Purmamarca, un viaje al pasado precolombino
Purmamarca, 65 km al norte de San Salvador de Jujuy.
La silueta del Cerro de Siete Colores se eleva en el paisaje de Purmamarca como un imponente muro puesto a proteger las construcciones de adobe y techo de cardón con tortas de barro. La sencilla urbanización de este pueblo surge a espaldas de los cardones plantados inmóviles sobre la banquina, a mitad de camino de los refrescantes valles que rodean San Salvador de Jujuy a los pliegues rocosos de la Quebrada y la Puna, Esa gama de colores intensos desparramada sobre el ícono más renombrado de la montaña se replica con otros matices a sus píes, donde los purmamarqueños se esfuerzan por mantener a salvo los tesoros concebidos a lo largo de 10 mil años de historia precolombina.
Purmamarca, un viaje al pasado precolombino
El mundialmente famoso Cerro de Siete Colores, en Purmamamrca, Jujuy.
Los tejedores en telares artesanales son los herederos más apegados al legado transmitido por generaciones. Se valen de las raíces del chaguar, la zanahoria y la remolacha para teñir sus lanas de llama y oveja y crear piezas inigualables, que revelan trazos similares a los diseños que antiguamente trazaban las culturas tilcara, purmamarca, tilian, ocloya y omaguaca. La diversidad de los pobladores originarios es también la marca distintiva que revive en la festividad del Carnaval, el ritual de la Pachamama y los ruegos de los misachicos, cuando las bandas de sikuris llenan el aire de rítmicas melodías y brotan coplas de los cerros, como refleja la voz del músico aimara Tomás Lipán.
Una sofocante tarde de otoño, en la plaza del pueblo convergen grupos de visitantes que empezaron a familiarizarse con el entorno natural deleitando la vista en el Paseo de los Colorados y los esforzados aventureros que acaban de regresar del sendero de trekking, un pedregoso tajo que recorre el lecho del río Purmamarca. Atraídos por la profusión cromática y el penetrante aroma de los platos regionales, se abren paso a los empujones en la feria de productos locales. Por un buen rato, sus miradas se distraen en vasijas de cerámica, alfombras, ponchos e instrumentos musicales. Mientras tanto, el paladar se solaza con locro -oportunamente rebajado por sorbos de vino patero-, empanadas, humitas, alfajores de masa de quínoa con dulce de leche, aloja con algarroba, miel de caña, quesillo de cabra, chicha de maíz o de maní y dulces caseros.
Los forasteros avanzan entre los puestos con un ritmo cansino que parece emular los pasos cortos de los vecinos, hasta que, exhaustos, encuentran resguardo a la sombra de algún sauce, un álamo, un parral o bajo la copa de un algarrobo protegido por una reja. En sus mil años de vida, este árbol hoy venerado fue parte de la escena de la detención de Viltipoco -el cacique de los omaguacas, respetado líder de la resistencia contra los conquistadores en el siglo XVI-, al ser sorprendido por el ejército español mientras dormía. También la famosa copa y sus espinosas ramas cobijaron al general Manuel Belgrano y su tropa, de paso por aquí en tiempos de la campaña por la Independencia.
Purmamarca, un viaje al pasado precolombino
La iglesia de Purmamarca, en Jujuy.
La más acabada expresión de la arquitectura colonial española luce en la fachada asimétrica de la iglesia Santa Rosa de Lima, una reliquia en pie desde 1778. Rodeado por un cerco de adobe blanqueado con cal, su diseño religioso mudéjar toma forma con el techo a dos aguas de madera de cardón recubierto de barro, y armoniza con la torre cuadrada del campanario. Las paredes interiores están decoradas con imágenes de Santa Rosa de Lima, pintadas en el siglo XVII por la prestigiosa Escuela Cuzqueña. El templo es el epicentro de la gran cita del 30 de agosto, cuando los purmamarqueños visten sus mejores galas para recibir a centenares de turistas, pobladores de los valles, la Puna y la Quebrada de Humahuaca y celebrar la fiesta patronal. Es el esperado momento de cada año en que las calles de tierra y los cerros vibran a la par, agitadas por las danzas de los semilantes, las sikuriadas y las procesiones religiosas de los misachicos, animadas por erkes y bombos.
Afuera del poblado, la ruta 52, enredada con el río Grande, trepa y trepa hasta hacerse un ovillo en la Cuesta de Lipán. Alrededor afloran tonalidades amarillentas, rosadas, grises y violáceas, atravesadas por el fulgor rojizo disparado por el sol. Las franjas minerales ondulan sobre la montaña y los turistas, apuntando con sus cámaras desde los miradores, se llevan un recorte de esa panorámica, que merece los mejores elogios.
Purmamarca, un viaje al pasado precolombino
La ruta 52 a su paso por Purmamarca (Jujuy), camino a la Cuesta de Lipán, Salinas Grandes y el Paso de Jama, en la frontera con Chile.
Imperdible
Una excursión hasta el yacimiento arqueológico de Huachichicoana (22 km al norte de Purmamarca) permite rastrear las primeras huellas de vida humana en la Quebrada de Humahuaca, registradas hace 10 mil años. El paraje es un punto estratégico, a 4 mil metros de altura, donde los pobladores de la Puna y las zonas bajas intercambiaban sus productos a través del truequebre el nivel del mar. En cinco cuevas de un alero rocoso se conservan cuevas con pinturas rupestres. Desde el Bosque de Cardones -un conjunto de centenarios ejemplares de cactáceas de hasta 15 metros de altura- que aparece en el camino que desvía de la ruta 52, un sendero de trekking entre las montañas conduce hasta Huachichicoana y Estancia Grande, otro antiguo poblado marcado por el legado de las culturas precolombinas. Se recomienda recorrer estos sitios guiados por pobladores locales.

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